lunes, 24 de septiembre de 2012
Tendido 5 8-10-12
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Cuando la suerte de varas no es una desgracia
Llamar a la suerte de varas desgracia de varas es un ocurrente juego de apalabras pero que refleja el descrédito en que ha caído una parte fundamental de la lidia del toro bravo, aquella de cuyo temple, según se decía antiguamente, depende el temple de la muleta.
El tercio de varas es también el más controvertido de la corrida y aunque las opiniones son muy diversas, hay algo en lo que casi todos estamos de acuerdo, que no puede ser un simple trámite ni una encerrona en la que el toro se deje las fuerzas que después necesitará para seguir los vuelos de la muleta.
Y, sin embargo, basta con cruzar la frontera para darse cuenta de que la suerte de varas no tiene porque ser un trámite, ni una encerrona no, por supuesto, una desgracia. Los aficionados franceses, con justificada fama de toristas, aprecian ese primer tercio en el que, entre otras cosas, se mide la bravura del toro que herido no huye del castigo sino que arremete con más fuerza, así como la habilidad del picador para colocar la puya en el lugar correcto para que el toro sangre lo imprescindible y ahorme la cabeza. Si sabe hacerlo, su trabajo ejercerá de “quitamanías” como decía el maestro Chenel y el matador tendrá en la res un buen colaborador para desarrollar su faena.
Más de un aficionado que pisó por primera vez el coliseo de Nimes el pasado 16 de septiembre se quedó admirado de cómo se ejecuta allí la suerte de varas, sobre todo al pensar que eran los mismos profesionales que lo hacen en España, y vaya diferencia. Como todo en la vida es cuestión de cultura y no me malinterpreten, no estoy llamado incultos a los aficionados españoles, Dios me libre, lo que ocurre es que aquí se ha perdido lamentablemente el gusto por presenciar ese bello espectáculo de la bravura del toro y la habilidad del picador que sabe dominarla y si me apuran también de la buena doma del caballo de picar, un factor fundamental a la hora de ejecutar un buen puyazo y nos hemos quedado con la negativa imagen del muro contra el que el toro estrella sus fuerzas mientras el del castoreño se ensaña con él.
No, la suerte de veras no tiene porque ser una desgracia, ni un trámite ni una encerrona. Lástima que haya que cruzar la frontera para comprobarlo.
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